Todo empezó un día en que entré en la biblioteca de mi pueblo.
Ya había entrado anteriormente en ese lugar serio y frío, pero casi siempre que lo hacía solía obligarme a escoger lecturas adecuadas a mi mundo profesional -que detestaba- o al tipo del nivel cultural que pensaba que debía adquirir para ser una ciudadana ejemplar.
Esa ciudadana ejemplar en la que deseaba convertirme quería entender de política, un tema que siempre había ido aparcando por encontrar eternamente aburrido, enmarañado y lleno de distorsiones.
Ese día decidí quererme un poco y dejar de castigarme con más obligaciones y me pregunté a mí misma que qué me apetecía leer ¿qué me interesaba? La música y el sexo. Los dos temas brotaron como respuesta sin pensar mucho y después de elegir unos cedés y unas partituras, me planté delante de la sección de sexología.
La sección que alberga mi biblioteca para éste interminable mundo que es el sexo es realmente reducida. Seguramente a esta sección le faltan los dos estantes que le sobran a la política, pero de todas formas, ahí tenía unos cuantos libros mostrándome provocativamente sus lomos y pidiéndome que los eligiera y me los llevara a casa. Sentí vergüenza cuando me saludó alguien conocido mientras hojeaba uno de los libros, y volví a toparme con la realidad de lo tabú que continuaba siendo el tema para mí, pero aun con el sofoco seguí adelante con mi propósito.
Y buceando entre libros para entender la homosexualidad, analizar el despertar hormonal de la adolescencia, aprender las posturas del kamassutra o conseguir el orgasmo múltiple encontré un libro que se llama “El otro lado del sexo”*.
El título me sugería que ese libro se adaptaba a mí, mujer inquieta que siempre quiere girar la tortilla, saber qué se esconde detrás de lo que todo el mundo dice y explorar los ámbitos “oscuros” de todo (he aquí uno de los porqués de mi nombre).
Y ese fue mi primer contacto con Valérie Tasso, la mujer que me abrió las puertas al oficio que ahora desarrollo y a muchas otras cosas sin relación con el sexo. Con ella no sólo supe que una prostituta no es solamente una mujer que, pobrecita ella, está en la carretera con las tetas al aire, sino que hay tantos tipos de prostitución como personas, pero todos bastante escondidos desarrollándose en un mundo subterráneo y sigiloso. También descubrí que la gente que practica el sado no son una cuadrilla de retorcidos mentales que ya no saben qué hacer para divertirse, es más, empecé a admirar esas prácticas sexuales. Mi cabeza comenzó a despertar un asombro tras otro mientras la autora narraba sus experiencias, analizaba el tema de una forma excelente y reproducía los diálogos con personas experimentadas en el BDSM (el sado llamado por su nombre y apellidos oficiales hoy día: Bondage, Dominación, Disciplina, Sadismo, Sumisión y Masoquismo).
Mi inquietud se fue abriendo y empecé a explorar lentamente, primero permitiéndome pequeños juegos psicológicos de dominación –psicosado- con los que caían en mis redes, para pasar luego a prácticas de dolor muy leve pero muy estimulante. Agarrar fuertemente los cabellos de la persona a quien tenía debajo gimiendo, arañarle, inmovilizar con fuerza sus brazos (he jugado a voley playa y no tengo músculos de Barbie), poner mis manos en su cuello simulando la estrangulación o agarrarle las carnes con más fuerza de lo normal fueron mis primeros tanteos con el tema.
Poco a poco llevaba a mis amantes a un estado de sumisión que les encantaba y les excitaba claramente, así que cuando veía asomarse la posibilidad atacaba feliz y les regalaba un subidón de adrenalina que pasaría a formar parte de sus mejores experiencias sexuales.
No se daba muy a menudo y tuve la mala suerte de descubrir que el tipo de hombres que disfrutaban de éstos juegos ya un poco más subidos de tono acostumbraban a ser de carácter un poco conflictivo y a mí los conflictos por vicio no me van, pero de vez en cuando me regalaba una sesión de estira y afloja y luego seguía con mis cavilaciones.
Tengo que añadir que éste tipo de hombres que yo encontré al azar no tienen nada que ver con los que toman la decisión de formar parte del mundo del BDSM generalmente.
Hasta que me hice escort, y mi lado morboso me sugirió colgar una foto en las páginas donde me anuncio con las manos atadas. Nunca imaginé que esa foto tendría el tipo de respuesta que encontré, la adjunto para que comprobéis que realmente el foulard que tengo alrededor de las manos tiene un amarre bastante simbólico, pero suficiente para hacer volar la imaginación de los deseosos de tenerme como sumisa.
Las primeras llamadas que recibí por parte de algunos hombres con esta propuesta de hacerme su esclava me sorprendieron, pero a la tercera cogí las riendas y decidí que mi exploración con el mundo del BDSM iba a continuar. Ahora bien, de sumisa poco tengo y menos con un tipo que no conozco de nada, así que le propuse al posible cliente que tenía a la espera desarrollar una sesión siendo yo su ama en la Sala Dreams**, un lugar totalmente equipado para éste tipo de encuentros ubicado dentro de un sex shop en Barcelona, un sitio curioso y acogedor.
La Sala Dreams tiene una gran estancia con luces tenues pero cálidas con objetos diversos para atarse o ser atada y privacidad total para correr libremente haciendo lo que a una más le plazca. Correr libremente porque el espacio es bastante amplio y correrse libremente porque nada más entrar, si una es sensible, se pone como una moto imaginando las posibilidades y escuchando los gemidos de la chica de la película que proyectan al lado.
Total, que allí me encontré con Handler , mi nuevo compañero de juegos peligrosos, temblando un poco pero emocionada por lo que iba a ser mi primera sesión oficial de BDSM.
Era el 3 de Abril del 2014, y esa iba a ser mi tercera cita como escort. Ya tenía permiso para explorar mis límites, subir al escenario y experimentar con el guión que había ido escribiendo en mi cabeza.
Tal como había previsto, mi cliente era un tipo poco atractivo a simple vista, cosa que no me preocupó lo más mínimo, ya que mis mecanismos de atracción se desarrollan de forma más cerebral y anímica que visual o preconcebida. Así que con ganas le sugerí entrar en la mazmorra y empezamos a desarrollar nuestros tratos. Aquí tengo que explicar que en una sesión de BDSM -si se hace bien- nunca ocurre nada que los participantes no quieran, es decir, todo está pactado y si uno se sale del guión y al otro no le convence el tema tiene una palabra clave –“rojo, patata, pibe”…lo que sea- que puede usar para detener la acción.
En esos momentos hubo un poco de conflicto, ya que en lo más importante no nos habíamos entendido de antemano: los dos queríamos llevar las riendas del asunto, yo quería ser dómina y él amo.
Por suerte, ambos teníamos muchas ganas de solucionarlo y para mi sorpresa (yo soy la que más me sorprendo a mí misma) acepté media sesión de sumisa y media de dómina.
-“No voy a dejar que me ates, Handler, lo siento, no es desconfianza (sí que lo era) pero es que me da merintofobia…”le dije un poco preocupada mirando la cruz.
-“No pasa nada, Fosca, es nuestra primera sesión, un tanteo de terreno, vamos a ir despacito y pasarlo bien, ¿vale?”
Así que decidida nuestra palabra clave -“Prou”- después de vaciar nuestra copita de cava empezamos la acción. Me mentalicé de que por mucho que yo gritara “para!” o “stop!” él iba a seguir con sus procedimientos hasta que le recitara el término preciso acordado, y durante la sesión se lo tuve que gritar tres veces.
Handler había sido muy agradable conmigo hasta ese momento, ¿cómo sería su repentina transformación en un cruel y despiadado amo..? Así como me causa atracción ver a las personas enloquecer completamente y ser capaces luego de convertirse en los seres más responsables que habría imaginado, me gustó imaginarme al tierno y amable Handler con los cuernos de diablo y su látigo poseído por su lado más animal.
Pero no fue tan súbita ni peliculera su metamorfosis, sino que empezó dándome una orden tranquila pero clara y firme y fue añadiendo con sutilidad sus rasgos de amo, probándome y valorando mis reacciones, intentando llevarme al límite como yo le había pedido.
-“Mastúrbate por encima de las bragas, aquí de pie, delante mío”.
Y recibí el primer latigazo cuando mis dedos se fueron por debajo de las bragas.
-“Te he dicho por encima de las bragas, impaciente, hazme caso o tendré que castigarte”.
Mientras le escuchaba sentía la sensación en mi piel de aquel leve azote, pero era más intensa la actividad en mi cabeza…”Qué morbo, ¿qué coño hago yo aquí dejando que éste loco me pegue?…mmh, espera, creo que me gusta…¿cómo me puede gustar que me den azotes..?”
Mis pensamientos eran un buen cóctel de sensaciones y dudas. El dolor era el justo para no soltar la palabra mágica y detener la acción; era un dolor que me daba morbo, creaba una situación muy extraña pero sin hacer saltar ninguna alarma de peligro real.
Seguimos con el juego y él continúo rozando los límites a los que me podía llevar. Yo le seguí y me dejé llevar por lo que la situación me traía: una cruel sed de venganza y mi más puro instinto de ser salvaje cuando me tocara el turno.
Hay un punto en la vivencia de la sumisión que me parece muy curioso: la elección consciente que hace el sumiso de convertirse en todo lo que eso implica. Cuando la contrasto con tantas sumisiones que se suceden hoy en día en muchos planos de la realidad, recuerdo todas esas personas que actúan por mimetismo y se convierten en víctimas sin que lo decida su ser entero de forma voluntaria.
Pienso en la sumisión y no puedo evitar traer a mi mente todas esas mujeres que hoy en día se abren de piernas “porque toca” o por necesidad de mantener la idea de que su sexualidad se desarrolla con normalidad. Esas mujeres (yo he sido una de ellas) que se encaman con el más accesible de la discoteca porque dice la sociedad que no se puede estar tres meses sin ligar o echar un polvo.
Y yendo un poco más allá os transcribo literalmente palabras de Valérie sobre el tema:
“Nunca he entendido por qué los sadomasoquistas están tan mal vistos. Nuestra cultura es masoquista por definición y, muchas veces, lo único que esperamos de la vida son palos y fracasos. Es más, toda nuestra educación gira en torno a ello. ¿Con qué derecho podemos condenar los gustos alternativos de la gente del SM, cuando son gustos pactados, que no afectan a la libertad del otro? La clave del rechazo está en el hecho de que esas personas usan la humillación y el dolor para buscar placer, y eso es algo que siempre ha sido condenado. Si sus fines no fueran sexuales, es fácil que se aceptasen sin problemas, y hasta me atrevería a decir que se les alentaría a actuar así. Si te flagelas o te mortificas por Dios, si te sacrificas por resignación cristiana, entonces no hay reproche alguno. Pero si lo haces a los pies de una dómina, vestido con ropa fetichista, entonces estás cometiendo un grave pecado”.
Mientras Handler me azotaba hubo algún momento en que saltaron del baúl de mis memorias escenas varias en las que yo había sido humillada y abusada, pero por suerte no pude terminar de construir el paralelismo traumático que se asomaba, ya que había dos puntos de clara diferencia: yo estaba decidiendo recibir esos azotes totalmente lúcida y consecuente con la situación, y el grado de sufrimiento que podían causarme no tenía comparación con el que se desprendió en mis antiguas experiencias. Recordé a una de esas “dominas falsas ” con las que me había cruzado en mi vida: la Dolo, la cocinera de un restaurante donde fui a parar muy jovencita y muy verde, con mi inocencia despuntando bien reluciente. Una mujer que tejía sus sesiones de crueldad con retorcimiento y sin consenso y dirigió hacia mí toda la rabia que le había hecho comer el mundo -la suya y la de veinte generaciones atrás-.
La Dolo era una mujer a quien todo el mundo tenía mucho miedo y a quien todos los empleados del lugar acostumbraban a torear con cierta soltura, menos yo que me convertí en su víctima más sufridora. Pero las escenas que se llegaron a desarrollar en su maldito restaurante desprendían una crueldad que nunca he llegado a observar en ninguna sesión de sado, de eso estoy completamente segura.
Y siguiendo con Handler, de repente me encontré con una fusta entre mis manos y un señor atado en una camilla disfrutando de sus golpes, según me dijo luego “demasiado suaves”.
Le hice probar el contraste del hielo y la cera caliente en las partes más sensibles de su cuerpo, lo paseé como un perrito atado por toda la sala dándole puntapiés en el trasero y intenté introducirle por el ano un strapp-on, otro de mis descubrimientos. Tal como había vaticinado, mi parte más salvaje afloró y después de vengarme con gusto tuvimos un final algo parecido a un combate erótico de boxeo.
Handler me contó luego que era adiestrador de perros, qué curioso.
Durante la sesión mantuvimos una línea de dolor bastante suave, no quedó ninguna marca en nuestro cuerpo más de unas horas y supe que por el momento no quería volver a ser sumisa ni me interesaba pasar a un nivel de daños o torturas mayores. Pero el morbo y la excitación habían estado allí, había despertado una parte de mí que quería más. Había andado con soltura por unos terrenos que no quería abandonar y decidí dejar la puerta abierta y seguir explorando.
Para terminar de entenderme yo a mí misma, sobretodo en el punto en el que me vi disfrutando de los azotes recibidos, releí a Valérie y otra vez le hice una reverencia por sus conclusiones en un capítulo del libro “El otro lado del sexo”:
“Después de asistir a todo tipo de humillaciones y castigos, creo haber entendido mejor el proceso de la sumisión. En el fondo, es un proceso de meditación. El sumiso, a través del SM, pretende trascender su ego, superarse a sí mismo. Para ello, fija la conciencia en los golpes que se le van dando. De lo que se trata es de concentrarse para entrar en un estado meditativo. El sumiso de Lilith que compré la noche de subasta de esclavos había adoptado el papel de un tigre. Lilith lo estuvo azotando durante un tiempo difícilmente soportable para el común de los mortales. Mi novio y yo observamos su rígida concentración, que le permitió abstraerse de lo que lo rodeaba. Después, nos explicó que conseguía usar las endorfinas para “volar”. Reproduzco literalmente sus palabras, porque no sabría explicarlo mejor. Conseguir eso me parece difícil. Las máscaras y la ropa fetichista son pinturas de guerra y se suelen usar para potenciar la concentración e ir más fácilmente hacia el centro de uno mismo.
Cuando una dómina se pone su vestido de látex o un sumiso se cubre con una máscara de cuero significa que están preparados para que empiece la sesión. Parece que van a gritar: “Show time!”. Les ayuda, como punto de partida, a entrar en situación.
El SM es una manera de conocerse a sí mismo. Aunque hay muchas otras. Pensar que el SM es la única vía de conocimiento puede llevar a la adicción. Ahora bien, si se sabe que es una más de las múltiples herramientas que tenemos a nuestra disposición, no hay ningún peligro en practicarlo. Alex, el chico austriaco, era esclavo del SM porque creía que era el único medio que tenía para conocer sus límites. Hay gente que necesita que el SM sea una actividad neurótica. Es más, necesitan sentirse marginados para practicar SM. De ésta forma, generan más adrenalina. Tengo que admitir que encontré muy poca gente neurótica en el OWK***. Se nota que son personas que se han pensado a sí mismas.
En nuestra sociedad, el sacrificio de uno mismo está bien visto. Como dije más arriba, si te sacrificas a Dios o a los demás, eres aceptado. Toda nuestra educación está hecha en torno a este concepto. Hay que saber, sin embargo, que “sacrificio” significa etimológicamente “hacer sagrado”. El vínculo que existe con la religión explica un poco mejor nuestra mentalidad.
Ahora bien, si te sacrificas y muestras a los demás que disfrutas de ese sacrificio, que obtienes placer, entonces te tacharán de “pervertido” o “depravado”.
Existen varias formas de enfrentarse al sufrimiento. La primera consiste en ser estoico, es decir, no mostrar que estás sufriendo. La segunda está en no esconder que te duele. Muchos de nosotros solemos adoptar esta forma e incluso nutrirnos de ella. Pero hay un más allá que pocos entienden: el que no te duela, en definitiva el disfrutar de lo que estás haciendo. En el SM, el proceso de sumiso/esclavo/masoquista se basa en esta última forma. Lo interesante sería aplicar esta filosofía del SM a la vida diaria como conocimiento de uno mismo.
Lo que abunda en nuestra sociedad son los llorones. Escasean los que no contaminan con su dolor. Lo difícil es ir más allá; trascender la humillación es ser inteligente. Pero paralizados por el miedo somos más dóciles. Por eso, la mejor manera de vengarse de la vida es siendo feliz.”
Gracias, Valérie, aquí hay una que se va a vengar de la vida con toda su decisión.
*http://www.valerietasso.com/obra/obra.php?ido=13
**http://bcnsaladreams.blogspot.com.es/?zx=93d2c2a7dfb6be31
***Other World Kingdom http://en.wikipedia.org/wiki/Other_World_Kingdom